Era el año del 96 cuando te prohibieron fumar. Con técnica furtiva, te llevaba esos horribles cigarros boots –sueltos, incluso a veces empezados- que me robaba de la producción de teatro en la que estaba metido (La representación ¿recuerdas?). Tú te los fumabas muy temprano en el baño. Era imposible que mi mamá no se diera cuenta; te regañaba y tú ponías la misma cara que yo puse esa vez que se quemó el refrí –por culpa del Catarino- que salí corriendo y dije: ¿que pasaría ahí? A veces llegabas de los A.A. oliendo a cigarro y mi mamá salía con su cantaleta. Sospechábamos todos que por allá te echabas tus cigarritos. Ay apá, de que buenos vicios te agenciaste: libros, café, cigarros y amigos.
Siempre dije en broma que al fin dejaste de fumar porque era peligroso fumar cerca del tanque de oxígeno. Ese humor negro, no lo podrías negar, lo heredé de ti.
Padre mío, me confieso ante ti pues he fumado, de palabra, obra y omisión. Confieso que adoro el olor del cigarro, tal vez por que me resulta tan paternal, tan tibio y protector. Adoro ese otrora olor de tus manos, que asocié al amarillo tus uñas. Adoro esa brasa en tus dedos, que encalleció tu pulgar. Adoro la llama de los cerillos y la cera que expulsan; esa cera que usabas para endurecer un poco la colilla de los alitas para que no se pegara en tus labios. Adoro tu cenicero atestado de colillas y ceniza, compañero mudo de tus lecturas, de tus días. Adoro el humo, de formas tan caóticas, tan suaves, tan estilizadas, que espero que hoy el humo por siempre te acompañe.
Humo somos y en humo nos convertiremos.
El día de tu velorio
Íbamos por el pasillo de la centralita de SLP, nos disponíamos a comprar boleto para el taxi cuando Paty llamó
-Ya estamos en la casa, ya no vayas para el hospital. A mi papá lo llevarán directamente al velatorio-
Cruzamos entonces la carretera y nos registramos en el hotel. Ya instalados, Genoveva trató infructuosamente de plancharme un pantalón, pero la plancha que nos dieron no calentaba suficiente. ¿Podrás creer que ya no tengo ropa negra? A mi tanto que me gusta el negro, pero de poco en poco terminé sin algo negro decente que ponerme para este día. La playera polo que me puse ya estaba muy descolorida. Llegamos a la casa en un taxi al que tuvimos que esperar más de 10 minutos dado que se nos ocurrió pedirlo por teléfono. Mi mamá estaba en tu cama, con Flor, Paty estaba inquieta unos ratos en la cama otros en tu sillón. Abrace a mi madre y la sentí muy fuerte, sorprendentemente entera. Estaba dispuesta ese día a consolar a los demás. En un momento mi mamá se sentó, tomando en sus manos el DVD de “12 al patíbulo” dijo: ya no la pudo ver, la Paty se la trajo el sábado pero tu viejito ya estaba en el hospital. Entonces fue que se soltó a llorar.
Me contó entre sollozos como sucedió todo. Tan de repente, tan imprevisto. Había subido tu oxigenación y los análisis indicaban una infección que ya estabas librando. Pero de repente te nos pusiste mal. El doctor ordenó a mi mamá salir del cubículo, le dijo que te iba sacar de esta. Enfermeras corrían para un lado y otro. En la farmacia de urgencias no estaba el encargado. El doctor saltó el mostrador para obtener varios medicamentos, hicieron una cosa y otra, pero el universo en una muy discutible armonía y confabulación ya había decidió llevarte al Ilhuicatl Tonatiuh, que no al Mictlan. Karla fue la que recibió la noticia y la disculpa del médico que no te logró revivir. El viernes en que te sentiste enfermo, según la gráfica del electro, ya habías tenido un infarto. Pero aunque esa madrugada de sábado el dolor te engarrotaba, tú quisiste esperar el amanecer. Tal vez ya la sentías venir: Mi mamá abrió el cajón y me enseño unos papeles y unas fotocopias. Recién habías modificado tus papeles de la marcha. Estabas poniendo las cosas en orden, siempre tan precavido.
Me fui con Geno a comprar algunas cosas para el velorio: café, sustituto de crema, azúcar, desechables, galletas, etc. Busqué una camisa negra pero lo único que pude obtener fué otra playera polo gris con rayas (al menos esta si era gris de origen). Al llegar a la caja vi tus preciados alitas. Te compré un paquete como con 10 cajetillas ¿ya te las acabaste? Hace un mes, en tu tumba estaba un pedacito de celofán con cintilla dorada ¿ese fuiste tú? En fin. Llegamos al velatorio - me cambié de playera en el taxi-, me acerqué y te puse los cigarros. Ya te habían rasurado y te habían puesto una sonrisa, con un dejo burlón que me resulto familiar. Te fuiste con esa camisa de rayas que tanto te gustó, con la que sales en las últimas fotos -las del tangamanga y en las de la casa, las de noviembre-. Zapatos ya no te pusieron: total, tu vas andar volando.
Aunque tu voluntad era, en broma o en serio, que te enterrarán en una cajón hecho de huacales, te fuiste en una tibia navecita gris de metal, totalmente acolchonada para el viaje y con una ventana de cristal que por fuera te corta en primer plano. Alguno de tus compañeros -creo yo- te dejó la oración de la serenidad -de la que ya hablaremos- mi Geno una imagen de la Virgen de Guadalupe de las que dan en la basílica y así estuviste, con tu sonrisa maquillada, tus brazos cruzados todo ese caluroso día. Vino muchísima gente, conocí mucha gente -nos conocimos-, tus compañeros de AA que unos días antes no tenían ni para la renta te enviaron una corona de flores. Llegaron y llegaron más flores, llegaron y llegaron tus amigos, los vecinos, todos los parientes, los amigos de Flor, de Paty y míos. Mi mamá estuvo muy calmada, muy centrada, hablo con todos, consoló a muchos, presentó a todos, Tu eterna compañera, estaba ahí, en pié y serena compartiendo su resignación.
¿Pero que te estoy contando? si seguramente lo viste todo. Con esos últimos 21 gramos de existencia bien pudiste viajar ahí y observarnos desde arriba. Varias veces te hable: Pa... Paaaa... Pa...ra Abril o para Mayo (la broma que siempre te hacía). Seguro segurito viste como ya para la noche estaba lleno el velatorio. Te rezaron, si. Lo sé. Tal vez no lo quisiste. Pero el costumbre es el costumbre y la superstición el orden de muchas vidas: El poder superior. Ya entrada la noche quedamos poquitos. En ratos platicábamos, en ratos nomas nos mirábamos y después de un buen rato nos tratamos de acomodar para dormitar. En cachitos se nos fue la noche, se nos fue el sueño, el hambre, pero aunque nadie lo mostraba, por debajo estaba el dolor. Estábamos al filo de un abismo tan grande que hoy en día aun no podemos terminar de sortear. Apenas podíamos darnos cuenta del gigantesco hueco que nos ibas a dejar, sobrepasando cualquier estimado pesimista.
Comprendo padre, que el dolor por el ser querido ausente tiene mucho de egoísmo. El egoísmo que sería tenerte hoy aquí. Sé que ya no sufres y que has vuelto a respirar, que has recuperado algo de peso, que ya no te tienes que medicar y eso papito chulo bien vale la pena para un alma como la tuya, que se sintió atrapada en ese casquete humano al que estábamos a punto de enterrar. Salieron los primeros rayos de sol. Mi mamá y mis hermanas se fueron a bañar, yo salí con Geno a comprarles algo de desayunar a los que nos pudieron acompañar. Será un día soleado, de esos en los que te gusta cantar.

hay veces que el crítico (muy reacio, lo confieso) que yace en mí, se aparta para dejar pasar al lector que lee por el placer de hacerlo. Creo que estos textos pegan en lugares perfectamente reconocibles para quien los lea. Seré exigente, pero esa actitud mítica del personaje habría de situarse en lugares cada vez más míticos; entre la ironía y el dolor, siempre el mundo recreado en la literatura habrá de tener huellas indelebles de la visión de quien escribe. Ahí van, son textos muy interesantes y paradigmáticos: cuando el lector se da cuenta cae en lugares de dolor universales, aunque permanezca la ironía como una constante. Pues gracias por compartirlo, y ojalá estos textos sean detonantes de toda una poética que se está construyendo.
ResponderEliminarSaludos.