El día de tu entierro
Hoy, a cuatro años de tu ¿partida? hay muchos detalles que mi cabecita se resiste a recordar. Ya nacía el 10 de marzo. El sol dibujaba figuras de gigantes amorfos sobre las banquetas de carranza. Conseguimos jugo, y creo que también atole, para la gente que aun permanecía en el velatorio. Después llegarían tamales y panes para acompañar. Poco a poco la gente se comenzó a despedir para ir a sus casas, para atender sus asuntos, para bañarse -que se yo- pero al rato te volverían a acompañar. Un poco más tarde acompañe a Paty a una notaría en Arista, apenas a unas cuadras, para arreglar lo de tu acta de defunción. Después de unas horas regresé con Geno al María Dolores y me quedé dormitando un rato. Se nos hacía tarde y salimos apurados en taxi a tu nueva dirección: Valle de los Cedros.
En la capilla ya se acomodaba la gente y el siempre presente coro de Nacho. Llego entonces tu navecilla plateada y la ceremonia comenzó entre cantos fúnebres y entrecortados llantos de todos nosotros. Mis ojos veían borroso. Mi recuerdo es borroso también. La aguja del tiempo salta unos minutos hasta el momento en que caminamos detrás de tu carroza, avanzábamos bajo el sol cantando ya no se cuál alabanza. El olor a cedro iba, venía y se mezclaba con el de los nardos, las rosas, las margaritas. Al pie de tu tumba estuvimos ahí moqueando y gimiendo por un rato, ya unos en silencio, otros no tan despacio. La reunión al rededor de tu sepulcro ensombrecía el espacio y menguaba la presencia del rey sol, señor dador de vida.
Al terminar unos breves rezos mi mamá pidió que abrieran el ataúd. Algunos murmullos muy quedos, muy quedos, parecían decir: no. Apenas abrieron la ventana y Paty y mi madre se abalanzaron sobre ti. Yo las trataba de agarrar por detrás pues temía que con el peso vencieran los cinturones sobre los que descansaba tu nave y cayeran al fondo, unos 6 metros bajo tierra, si eso sucediera entonces no sabría si reír o llorar. Paty te jalaba de la camisa todos llorábamos al unísono y unos instantes después mis memorias pierden el sonido. Solo registran el rechinar que hace al girar el tornillo que suelta lentamente las cintas que bajan tu cacharro hasta el fondo del lugar. Y el eco de una de tus monedas raras -un tetragramatón tal vez-. Ningún otro sonido hay en el cuadro. Pero lo que bien recuerdo es que alcancé a tocar tu frente, esa frente que tantas veces besé. Esa hermosa frente, la que fruncías para hacerte el enojado. Esa divina frente en la que según yacía tu invisible tercer ojo del poder mental. Esa ya pálida frente es la que alcancé a tocar. Y estaba tibia. ¡Estaba tibia! ¡Como si fingieras! ¡como si no quisieras despertar!
