martes, 22 de junio de 2010

México, Distrito Federal

Hola Papá,


Te escribo desde acá, de este lado, para compartirte la tristeza de no haber podido estar el día del padre ahí en donde ¿Descansan? tus restos. Toda la semana he soñado contigo. Ahí, en los sueños, estas siempre sonriente diablo de viejillo. Uno de esos días te dije en mi sueño: ay papá ¿Qué haces aquí si tú ya estás muerto? Me sonreíste y te desvaneciste en el patio de lo que era la casa de la Valentín. Una noche después, te volví a soñar, te dije mentalmente: “está bien, te dejo andar por mi sueño”. Parecías entender y me guiabas entre pasillos estrechos de un oscuro mercado como el de Cárdenas. Al final de una calle entraste a una tiendita de abarrotes -con tu colorida bolsa de asas para el mandado- no sin antes voltear a verme. Te seguí pero en la tienda no encontré más que el olor de jabones, veladoras, jarcería y granos.



Este domingo pasado, por lo del día del padre, por fin las niñas fueron a verte. El Quique te dejó un mazapán y un arreglo de flores que de puritita necedad les sacó a Tere, Flor y Karla. Mi Mamá te llevaba flores, pero él por fuerza quería un arreglo de canastita. Como esos que compraban Tu y mi Mamá cada vez que alguien salía de la escuela. Yo también fui al panteón, pero a uno acá en Coacalco, donde está el papá de Geno. Dejamos flores y regamos agua. Me da gusto que en los últimos años se ha revalorado el papel del papá-aunque en parte sea a costa de lo comercial- Por cierto este sábado le tocó a mi mamá organizar lo del ofrecimiento de las flores en el montecillo. Aprovechó la ocasión para pedirte una misa.



Mi mamá aun no ha aceptado tu partida. Sigue un poco más que desconsolada. No se halla sin ti. Yo le he pedido que tenga paciencia y que no se niegue a la vida. Pero bien has de saber que el hueco que nos has dejado es irreparable y más nada podemos hacer. Pido pues serenidad para mi madre para aceptar las cosas que no podemos cambiar.

Te extrañamos mucho papito. ¡Feliz día del padre!

Tengo otro apunte para ti. Espero que te guste.




Me he levantado aún más temprano que de costumbre y me alisto para dirigirme hacia Santa Fe. Hoy no cuento con el coche pues está en el servicio (ha cumplido sus 30 mil kilómetros: ¾ de una vuelta al mundo por el ecuador) por lo que viajaré en transporte público. Al salir de la casa me llega ese rico airecillo frío y húmedo de la madrugada. A lo lejos se escucha el silbar del tren. Faltan pocos minutos para las cinco y los taxis colectivos de la colonia han comenzado a circular. Me subo al asiento delantero de un taxi pirata, me siento apretado pero que le vamos a hacer. Por diez pesos me llevará hasta la estación Cuautitlán.


Ya en la estación recargo la tarjeta con lo suficiente para un viaje hasta Buenavista. En el andén el tren espera, me acomodo la mochila después de sacar el libro que estoy leyendo -“los detectives salvajes” de bolaño-El viaje está por comenzar. Me da gusto que hayas alcanzado a conocer el tren suburbano. Recuerdo que te gustó, que hasta dijiste que querías regresar nomás para pasearte todo un día yendo y viniendo en tren. Como en aquellos insufribles viajes que hacíamos a Cárdenas: salíamos bien temprano, llegábamos –si bien nos iba- a la una de la tarde a Cárdenas y para las tres de la tarde ya teníamos que estar de regreso en la estación para montar el tren de regreso en el que casi nunca había lugar. Apenas el lapso nos alcanzaba para comer y saludar parientes, traer carne seca, oreja, a veces las granadas que mi Papá Panchito enviaba para la Flor.


Toda una odisea, ¿no? Pero lo que te quiero contar ahora que estoy pasando por el túnel de San Rafael tiene que ver con la ciudad a la que me dirijo: el Distrito Federal. Tengo muy presentes dos viajes que hice contigo y uno más del que sólo imágenes y frases borrosas quedan. Del viaje más lejano, menos claro, podría decir que recuerdo ver la lluvia desde un hotel frente al Aurrera de Buenavista. Recuerdo las fuentes de la Basílica llenas de monedas –monedas que mi madre, por su lado, recuerda me las quise llevar-. Recuerdo haber comido tacos de Atún Dolores sobre un plástico del que nos cobraron alquiler. Recuerdo subir al castillo de Chapultepec por el elevador. Recuerdo además el trenecito, los leones, los changos groseros que aventaban agua, la Paty perdida mirando jirafas. Recuerdo que de regreso el tren se descompuso mero enfrentito de los Atlantes, en Tula. Recuerdo mis hermanas tontas soltando los globos que con tanto trabajo llevaron hasta San Luis. Recuerdo ser Feliz y al recordarlo vuelvo por un instante a serlo.



Inmerso en mis recuerdos no avance nada al libro. He llegado a Buenavista. Al recorrer el pasillo principal te imagino ahí parado mirando el escudo nacional como en la foto que, la última vez que anduviste aquí, te tomé. Entro al metro cuyo tibio aire a estas horas es aun respirable. Aun no amanece y ya hay un montón de gente estresada, inquieta. Tal vez no les guste trabajar. Dentro de muy pocos minutos esto será un hervidero de gente, de olor a patas, a sudor, comida, fritangas pero lo que siempre distingo es el picante olor de la pasta de los frenos del metro quemada al friccionar. Ese olor que siempre me recuerda los enfrenones del tren saliendo o llegando a la estación montaña, cerritos ó San Bartolo.


Otro viaje al DF que recuerdo mucho es aquel que hicimos con mi Mamá. Llegamos muy temprano en autobús a la central del Norte. No sé que mes, día ni año era. Sólo recuerdo que andabas arreglando lo de tu demanda contra los Ferrocarriles pues no te estaban dando lo que correspondía de pensión. Tomamos uno de esos taxis color salmón y nos dirigimos los tres a la Basílica de Guadalupe, al parecer parada obligada en estos viajes. Arribamos por el lado del llamado puente papal. Y al subir las escaleras (unas que creo ahora ya no existen) por la derecha se asomaba un enorme, bien enorme sol en su diaria lucha por vencer la oscuridad. Esas llamaradas de la vida nos estaban anunciando que la naturaleza nos concedía, al menos por veinticuatro horas, otra oportunidad. Entramos a dar la vuelta obligada al templo, pero Casi estoy seguro que no subimos para el Tepeyac. Mi mamá se entretuvo comprándoles a las monjas esos suvenires religiosos que la gente gusta adquirir.


Un segundo taxi nos llevo a las oficinas del ferrocarril, frente a Buenavista, ese alto edificio de tres cuerpos cuyo eje son los elevadores eléctricos que llevan y traen gente a toda hora y expulsan individuos grises, llamados oficinistas, por estos corredores largos y atestados de papeles desde el suelo y hasta los ventanales clausurados por lo que el olor a papel viejo, a carbón, a esténcil, y a cigarro impregna a la atmósfera y a su gente. Mi mamá y yo nos acomodamos cerca de una ventana que da al oriente. Lo que alcanzo a ver por este lado es el letrero de Hermanos Vázquez, que en esos días relaciono con músicos y con circos aunque lo que estaba viendo es aún hoy en día una mueblería. A lo lejos, entrecortada por una nata como de atole de maíz de teja se vislumbra la Torre Latinoamericana. El sol sigue su viaje, los oficinistas siguen con su danza de caos, mi papá continúa esperando, llenando papeles, mostrando recibos, es el ritual del país, de un país atado a la más acabada de las posibles burocracias. Basta imaginar a mi padre un Jubilado de provincia, con su esposa y un curioso hijo, sin recursos y a quinientos kilómetros de casa, arreglando un trámite para recibir el pago justo de una pensión pues por algún error humano le está llegando mal.


Pasa del medio día y cuando estaba sumido en el más insoportable aburrimiento, mirando el Reloj de Nonoalco, como hipnotizado por la palabra Citizen de la que en aquellos tiempos ni la más remota idea tenía de su significado, mi padre por fin sale de una de esas deprimentes oficinas y nos dirigimos a comer.


Afuera ya se respira ese olor a basura, a plomo, gasolina mal quemada, diesel derramado, era el olor de esta ciudad. Comimos una fruta en un puesto afuera del Aurrera. Después entramos a la tienda, creo que para comprar pan Bimbo para comer. Mi mamá me deja pasear por la juguetería y en no sé que momento me ofrece comprarme el avión armable Lodela que traigo en las manos. Acepto emocionado, sin la menor conciencia de los recursos escasos y de las necesidades diversas, me siento importante cargando esa cajita que me atrevo a decirle a mi madre que me compre un UHU para que al llegar a casa lo comience a armar. Apenas saliendo de la tienda tomamos un taxi de regreso a la central. Es uno de esos taxis largos, amarillo con blanco con una banda que rememora a los famosos cocodrilos. Voy en el asiento trasero y se me hace espectacular tomar el túnel en la Raza, me maravillo del trolebús que acabamos de rebasar. Apenas la conozco nada y ya estoy enamorado de esta ciudad. Así es como comenzó toda esta fijación por vivir en esta ciudad, papa. Gracias mil por haberme traído, por haberme enseñado lo que era la gran capital. Rio mucho por dentro al recordar tus voces y caras imitando ese acento chilango tan mítico ya.


Pero ahí no termina todo. Tiempo después, tal vez un año o dos, regresamos tú y yo a esta gran ciudad. Tomamos unos asientos, los últimos que quedaban en el autobús en el fondo y del lado del conductor. Al principio tomé la ventana, pero ya cuando agarro velocidad en la carretera nos dimos cuenta que la ventana no cerraba por lo que intercambiamos lugares y con la cortinita y la bolsa de mandado donde traías tus papeles trataste de cubrir la bocanada furiosa y fría que entraba por ese agujero. Yo la verdad me quedé dormido y no desperté hasta que me diste unos codazos ya casi entrando a la central. Me asomé por la ventana y lo que vi me causo extrañeza: un instituto del petróleo. ¿Qué será eso? Me preguntaba, pero no te lo pregunté. Quien iba a pensar que muchos años después iba a vivir enfrentito de ese lugar, quien iba a pensar que algún día futuro a ese instante, daría un curso en la torre principal. Entramos a los baños mugrosos y malolientes de la central, apenas para lavarnos la cara y recuerdo que tomaste tu peinecito negro y trataste de darle algo de sentido a la maraña que traía en la cabeza.


Fuimos a la Villa como la ocasión anterior. Yo en ese entonces ni idea de que eras ateo, libre pensador o que se yo. Aún me pregunto para qué me llevabas a aquél lugar. Sólo sé que quede bien programado que hoy en día ser ateo pero Guadalapano es una contradicción con la que he de vivir para siempre, papá. Creo que era esa época en la que yo andaba en mi etapa mística, cuando coleccionaba imágenes de santos y tenía por guía “vivieron el evangelio”. Qué risa te ha de dar ahora, ¿verdad? Salimos “raudos y veloces” (una de tus frases) a las oficinas del ferrocarril. Pasamos por una planta de Boing y me emocioné casi como aun me emociono cuando conozco un nuevo lugar. No duramos mucho en las oficinas y me dijiste que teníamos que ir a otro lugar. El taxista se encaminó por Jesús García Corona (el Héroe de Nacozari) hacia el monumento a la revolución, lo rodeamos para salir por reforma y atravesarla, pasamos por la ciudadela y de pronto estábamos en ese lugar: conciliación y arbitraje. Te acompañe hacer una fila y luego otra, coyotes venían, coyotes iban, pero tú los ignorabas. Te pidieron unas fotocopias asi que regresamos a la calle a buscar un lugar donde fotocopiar. No tardamos mucho en regresar pero ya no te acompañe adentro pues no ibas a tardar. Saliste con una cara de satisfacción, que te sentaba tan bien con esa guayabera blanca, te vi feliz –hay que buscar un banco- me dijiste y nos dio por caminar.


Entramos a una sucursal de Bancomer (cuando todavía era amarillo con verde) Y como ya andábamos medio perdidos al salir regresamos a Buenavista a buscar a no sé quien delegado de la no sé que. Entramos a los andenes por obra y gracia de tu credencial y nos enfilamos derechito hacia la puerta de Nonoalco, apenas saliendo dimos vuelta hacia el teatro ferrocarrilero, había también unas tiendas o cafeterías y ahí encontramos al sujeto en cuestión. Lo saludaste y le diste una “muestra” de agradecimiento por el apoyo en tu demanda.


Ya para entonces te había dicho del túnel de la ciencia, yo lo quería visitar. Preguntaste por el metro, nos señalaron el lugar. Caminamos, caminamos y caminamos pero no dimos con la estación. Me emocionaba subirme por primera vez al metro, y ahí ibas papá de alcahuete haciéndome caso. Total que llegamos a la plaza de Tlatelolco, que por ese entonces sólo la conocía como la plaza de las tres culturas, siguiendo lo que los libros de texto decían de ella. Claro que hablaban de una matanza, pero de una ocurrida mucho antes de la llegada de los españoles. Este camino que recorrimos me sirvió alguna vez que regrese ya estando en la prepa.
En fin que llegamos a la Raza en taxi y ahí vamos para dentro a ver el dichoso túnel de la ciencia, que en esa época estaba bien cuidado y contenía casas bien padres: ahí vi por primera vez en vivo un rayo laser verde, un rojo y varios experimentos de electromagnetismo. Llegamos en metro a la central, buscamos comida y descubrimos las tortas gigantes que hacen en esta ciudad. Cómo te daba risa verme intentando dar fin a una enorme tortota y a un litro de bonafina de chocolate, que tuvo su fin en el piso del autobús de regreso.


Desde ese día, papito mío, se me metió el gusano de vivir en esta ciudad. Mi mamá dice que ya entonces decía yo que iba a estudiar en México. Que allá iba a vivir. Y lo que son las cosas, ya tengo casi diez años por acá. Me quedé con ganas que vinieras una vez más. Tan bien que respirabas aquí. Qué paradoja es qué aquí ni necesitabas el salbutamol más que para subir escaleras. Bueno hoy ya no necesitas de nada, pues la escalera al cielo ha de ser eléctrica, estoy seguro. Buenos días y Buenas noches tengas papá.

jueves, 13 de mayo de 2010

Tu muerte (parte II)

Era el año del 96 cuando te prohibieron fumar. Con técnica furtiva, te llevaba esos horribles cigarros boots –sueltos, incluso a veces empezados- que me robaba de la producción de teatro en la que estaba metido (La representación ¿recuerdas?). Tú te los fumabas muy temprano en el baño. Era imposible que mi mamá no se diera cuenta; te regañaba y tú ponías la misma cara que yo puse esa vez que se quemó el refrí –por culpa del Catarino- que salí corriendo y dije: ¿que pasaría ahí? A veces llegabas de los A.A. oliendo a cigarro y mi mamá salía con su cantaleta. Sospechábamos todos que por allá te echabas tus cigarritos. Ay apá, de que buenos vicios te agenciaste: libros, café, cigarros y amigos.

Siempre dije en broma que al fin dejaste de fumar porque era peligroso fumar cerca del tanque de oxígeno. Ese humor negro, no lo podrías negar, lo heredé de ti.

Padre mío, me confieso ante ti pues he fumado, de palabra, obra y omisión. Confieso que adoro el olor del cigarro, tal vez por que me resulta tan paternal, tan tibio y protector. Adoro ese otrora olor de tus manos, que asocié al amarillo tus uñas. Adoro esa brasa en tus dedos, que encalleció tu pulgar. Adoro la llama de los cerillos y la cera que expulsan; esa cera que usabas para endurecer un poco la colilla de los alitas para que no se pegara en tus labios. Adoro tu cenicero atestado de colillas y ceniza, compañero mudo de tus lecturas, de tus días. Adoro el humo, de formas tan caóticas, tan suaves, tan estilizadas, que espero que hoy el humo por siempre te acompañe.

Humo somos y en humo nos convertiremos.


El día de tu velorio

Íbamos por el pasillo de la centralita de SLP, nos disponíamos a comprar boleto para el taxi cuando Paty llamó
-Ya estamos en la casa, ya no vayas para el hospital. A mi papá lo llevarán directamente al velatorio-
Cruzamos entonces la carretera y nos registramos en el hotel. Ya instalados, Genoveva trató infructuosamente de plancharme un pantalón, pero la plancha que nos dieron no calentaba suficiente. ¿Podrás creer que ya no tengo ropa negra? A mi tanto que me gusta el negro, pero de poco en poco terminé sin algo negro decente que ponerme para este día. La playera polo que me puse ya estaba muy descolorida. Llegamos a la casa en un taxi al que tuvimos que esperar más de 10 minutos dado que se nos ocurrió pedirlo por teléfono. Mi mamá estaba en tu cama, con Flor, Paty estaba inquieta unos ratos en la cama otros en tu sillón. Abrace a mi madre y la sentí muy fuerte, sorprendentemente entera. Estaba dispuesta ese día a consolar a los demás. En un momento mi mamá se sentó, tomando en sus manos el DVD de “12 al patíbulo” dijo: ya no la pudo ver, la Paty se la trajo el sábado pero tu viejito ya estaba en el hospital. Entonces fue que se soltó a llorar.

Me contó entre sollozos como sucedió todo. Tan de repente, tan imprevisto. Había subido tu oxigenación y los análisis indicaban una infección que ya estabas librando. Pero de repente te nos pusiste mal. El doctor ordenó a mi mamá salir del cubículo, le dijo que te iba sacar de esta. Enfermeras corrían para un lado y otro. En la farmacia de urgencias no estaba el encargado. El doctor saltó el mostrador para obtener varios medicamentos, hicieron una cosa y otra, pero el universo en una muy discutible armonía y confabulación ya había decidió llevarte al Ilhuicatl Tonatiuh, que no al Mictlan. Karla fue la que recibió la noticia y la disculpa del médico que no te logró revivir. El viernes en que te sentiste enfermo, según la gráfica del electro, ya habías tenido un infarto. Pero aunque esa madrugada de sábado el dolor te engarrotaba, tú quisiste esperar el amanecer. Tal vez ya la sentías venir: Mi mamá abrió el cajón y me enseño unos papeles y unas fotocopias. Recién habías modificado tus papeles de la marcha. Estabas poniendo las cosas en orden, siempre tan precavido.

Me fui con Geno a comprar algunas cosas para el velorio: café, sustituto de crema, azúcar, desechables, galletas, etc. Busqué una camisa negra pero lo único que pude obtener fué otra playera polo gris con rayas (al menos esta si era gris de origen). Al llegar a la caja vi tus preciados alitas. Te compré un paquete como con 10 cajetillas ¿ya te las acabaste? Hace un mes, en tu tumba estaba un pedacito de celofán con cintilla dorada ¿ese fuiste tú? En fin. Llegamos al velatorio - me cambié de playera en el taxi-, me acerqué y te puse los cigarros. Ya te habían rasurado y te habían puesto una sonrisa, con un dejo burlón que me resulto familiar. Te fuiste con esa camisa de rayas que tanto te gustó, con la que sales en las últimas fotos -las del tangamanga y en las de la casa, las de noviembre-. Zapatos ya no te pusieron: total, tu vas andar volando.

Aunque tu voluntad era, en broma o en serio, que te enterrarán en una cajón hecho de huacales, te fuiste en una tibia navecita gris de metal, totalmente acolchonada para el viaje y con una ventana de cristal que por fuera te corta en primer plano. Alguno de tus compañeros -creo yo- te dejó la oración de la serenidad -de la que ya hablaremos- mi Geno una imagen de la Virgen de Guadalupe de las que dan en la basílica y así estuviste, con tu sonrisa maquillada, tus brazos cruzados todo ese caluroso día. Vino muchísima gente, conocí mucha gente -nos conocimos-, tus compañeros de AA que unos días antes no tenían ni para la renta te enviaron una corona de flores. Llegaron y llegaron más flores, llegaron y llegaron tus amigos, los vecinos, todos los parientes, los amigos de Flor, de Paty y míos. Mi mamá estuvo muy calmada, muy centrada, hablo con todos, consoló a muchos, presentó a todos, Tu eterna compañera, estaba ahí, en pié y serena compartiendo su resignación.

¿Pero que te estoy contando? si seguramente lo viste todo. Con esos últimos 21 gramos de existencia bien pudiste viajar ahí y observarnos desde arriba. Varias veces te hable: Pa... Paaaa... Pa...ra Abril o para Mayo (la broma que siempre te hacía). Seguro segurito viste como ya para la noche estaba lleno el velatorio. Te rezaron, si. Lo sé. Tal vez no lo quisiste. Pero el costumbre es el costumbre y la superstición el orden de muchas vidas: El poder superior. Ya entrada la noche quedamos poquitos. En ratos platicábamos, en ratos nomas nos mirábamos y después de un buen rato nos tratamos de acomodar para dormitar. En cachitos se nos fue la noche, se nos fue el sueño, el hambre, pero aunque nadie lo mostraba, por debajo estaba el dolor. Estábamos al filo de un abismo tan grande que hoy en día aun no podemos terminar de sortear. Apenas podíamos darnos cuenta del gigantesco hueco que nos ibas a dejar, sobrepasando cualquier estimado pesimista.

Comprendo padre, que el dolor por el ser querido ausente tiene mucho de egoísmo. El egoísmo que sería tenerte hoy aquí. Sé que ya no sufres y que has vuelto a respirar, que has recuperado algo de peso, que ya no te tienes que medicar y eso papito chulo bien vale la pena para un alma como la tuya, que se sintió atrapada en ese casquete humano al que estábamos a punto de enterrar. Salieron los primeros rayos de sol. Mi mamá y mis hermanas se fueron a bañar, yo salí con Geno a comprarles algo de desayunar a los que nos pudieron acompañar. Será un día soleado, de esos en los que te gusta cantar.

viernes, 30 de abril de 2010

El gran viaje a la Luna


Hola papá. ¿Cómo ha estado? Dígame, ¿Ya vio usted a Dios?

Y Dios, apá: ¿Ríe? ¿Qué come? ¿Hace chis?¿Existe pues?


...T'a bien, tendré paciencia.



Hoy es día del niño. De unos días para acá he traído en mente mi infancia, sobre todo lo que viví contigo. Hoy en día no podrás negar que soy lo que quisiste que yo fuera. Y aunque nunca quisiste aceptar el crédito, estoy metido en estas cosas de la ciencia, gracias a ti. A tus alambritos, tus pilas, tus radios. Sin ir más lejos: tú me enseñaste a soldar. Siempre te gustó el espacio, las estrellas, el misterio de otros planetas, tal vez de otras formas de vida. "Despéjame está incógnita" fue una de tus frases recurrentes, aunque también se aplicaba a lavar los trastes, limpiar el cuarto o tender la cama.



Hay cosas que , muy lamentablemente, no te pude heredar, mi más sobrio poeta. Ando viendo si apenas se me da la prosa cuando tú me llevas la delantera por cientos de líneas cortas. Un folder de cartón, con el Tal Mahal impreso guardaba (¿guarda?) tus poemas, y claro, tus calaveras. La poesía clásica, esa que se lee con voz engolada, te gustaba tanto mi viejito adorado. Recuerdo esos gruesos tomos que leías, colecciones de poesías: 1000 poesias de amor, 1000 poemas latinoamericanos, etc. Te encanta Amado Nervo, lo sé. Cómo olvidar que a mitad del patio declamabas esa poesía del Cristóbal Colón, y que de poco en poco me la iba aprendiendo ¿la recuerdas?



El Gran Viaje


¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Quién logrará con máquina potente, sondear el océano del éter,
y llevarnos de la mano allí donde llegaron solamente los osados ensueños del poeta?
¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Y qué sabremos tras del viaje augusto? ¿Qué nos enseñaréis, humanidades de otros orbes, que giran en la divina noche silenciosa, y que acaso hace siglos que nos miran?
¿Con que luz nueva escrutará el arcano? ¡Oh la esencial revelación completa que fije nuevo molde al barro humano!
¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?



Amado Nervo 1917



No sabes cuantas veces esta poesía me hizo paro: punto a carlitos porque se sabe una poesía, que chido.


Ya son más de 90 años y lo único que sí sabemos es que no existe el tal éter. De lo demás aun no sabemos nada.



¿Recuerdas cuando viajamos a la Luna?



Impresionante, ¿a poco no?. Sentir el despegué, la enorme fuerza oprimiendo el pecho, el sudor, los latidos, calor. Y Súbitamente la calma, la ingravidez, una sensación indescriptible y placentera. Ver el mundo tan pequeño, tan compacto, pero muy sólido. Alunizaje: de golpe, en una nube de talco gris. Pisar la luna, con cuidado, sin arrastrar los pies. Tomar muestras, "sólo las más pequeñas" dice la voz del comandante. Tomar algunas fotos, pues sólo hay unos minutos antes del regreso. Lanzamiento de la luna sin mayor problema. Acoplamiento exitoso, dicen los gringos en un deficiente español. Entrada a la atmósfera, intenso calor, no se logra ver nada por las ventanas fuera de unas inmensas llamaradas blancas. Y de pronto todo se vuelve azul, un profundo azul. Caída libre sobre el mar; otra vez la presión, pero por un periodo muy corto para inmediatamente sentir un alivio. Ver la cápsula flotar en un tranquilo océano... Más profundo, más saludable... 1, 2, respiro profundamente... Más profundo, mas saludable... 4, 5, estamos preparandonos para salir del estado alfa... Más profundo, más saludable.. 7, 8, el cuerpo se encuentra relajado... A la cuenta de diéz terminamos este ejercicio de concentración y exploración de sensaciones... 8, 9, 10.. Podemos abrir los ojos.




Es un ejercicio de concentración mental del Método silva. ¿Estás sonriendo, verdad? Que padre era aprender de tí a explotar todas esas capacidades de la mente humana. ¿Sabes? Hoy en día me siguen siendo útiles todas esas cosas que me enseñaste del control mental. Memorizar, intuir, programar sueños, programar la hora de despertar, enfocar, concentrarse, estudiar, sanar.





Gracias papá, por dejarme ser parte del legado que dejaste en esta tierra. Te mando un enorme, profundo y caluroso abrazo que viaje hasta el órbe en donde ahora habitas. Hace poco, hice un examen largo y pesado, de Matemáticas y español. Presione índice y medio sobre el pulgar y las respuestas fluían en mi cabeza. Más profundo, mas saludable. Voy a estudiar otra maestría; esta vez en economía.





viernes, 23 de abril de 2010

Tu muerte (parte I)

Tomé del buró un libro, que me imagino era el que estaba usted leyendo "El misticismo, El hombre interior y lo inefable" Un trozo de papel, a manera de separador, está en la página 83. Dos pequeñas anotaciones hay en el: "baile de san vito en 1374 en alemania", "Angers en 1850 por resonancia caida del puente maine". Esa es su letra apá. No voy a leer el principio, comenzaré en esa página 83. Cuando al fin nos encontremos me contará esa parte y yo le hablaré de lo que va después.

El día de tu muerte

El día en que partiste, 8 de marzo, fué día de la mujer. Llegué por la noche a la casa después de trabajar. Estaba cansado pero aun así pensé en estrenar el Guitar Hero II que me habían entregado en la mañana. Me senté en un sillón de la salita, y de repente me sentí abrumado, pequeño, frágil. Le dije a Genoveva soltando una pequeña lágrima: creo que mi Papito no va a conocer esta casa.

En ese momento te llamé al celular, mi madre contestó y dijo antes que yo dijiera palabra alguna: Tu papá se puso más malo. Comenzó a llorar. ¿Quiere que mañana vaya para allá? -Espera... Flor- ya no me pudo decir más. Tomó el telélefono mi hermana, le pregunté que como estabas: hermano, tu ya sabes lo que tenía que pasar. Dime ¿Mi papá está muerto? -Si, se puso muy malo y los doctores no lo pudieron sacar-.


¿Cómo es posible? apenas por la mañana había hablado contigo. Me dijiste que estabas cansado pero que te sentías mejor. Ya estabas estable, según lo comentaron todos. Lo que me ha quedado grabado de esa última conversación es que nos diste la bendición y al final dijiste: "yo ya no entiendo bien, te paso a tu madre"

Papi: ¿Recuerdas cuando jugabamos con teléfonos hechos de los tubos del papel del baño?¿De las gallinitas esas de vasos desechables?
La madrugada de ese 8 de marzo había soñado contigo: ibamos de viaje en tren, en un tren jalado por una locomotora de vapor, de un color verdoso casi negro. Al despertar, vino a mi mente la imagen de ese libro "la mente humana" de la colección de time life que tuviste a bien adquirir. Casi fotográficamente recordé una página donde se afirmaba que, en los sueños, la imagen del tren está relacionada con la muerte, la locomotora con el padre. Más inquieto no podía estar.

Me tomé un respiro después de llorar. Volví a llamar a tu cel. Mi mamá no quiso -no podía- hablar. Me advirtieron que no le contará nada a Paty, pues se podría poner mal (¿más? ji ji ji); que no tomara el coche, que me fuera en autobus. Mas tarde llamé directamente a Flor, se me estaba olvidando preguntar: "hermana, y tu ¿cómo estás?

Yo me creía estar preparado para este día desde hace más de 14 años; desde aquella vez que te llevaron al hospital zapata ¿cuál de todas? la vez que te hizo reacción la penicilina, te arrancaste el suero y te echaste a correr hasta que el policia de la entrada te detuvo. Yo sin saberlo, me encontraba de tramoyo en el teatro de la normal, ahi enfrentito. Esa noche de abril me quedé contigo ¿te acuerdas? me quedé dormido ahi a tu lado, en una silla que no aguantó, se rompió y me mandó al suelo. Esa misma noche fue la noche en que me encargaste a mi mamá, a flor, a paty, me dijiste: yo ya no creo salir de esta, tu vas a ser el hombre de la casa y así te debes portar.

Pero, para felicidad de todos, saliste de esa y de muchas otras más.

Y ahora que te tocó partir no estuve cerca. Pensaba visitarte ese próximo sábado. Sentí una terrible impotencia de no poder abrazar en esos momentos a mi madre. Nunca sentí tan lejanos esos 450 kilómetros que nos separaban. Nunca antes sentí tan de cerca la fragilidad de la vida. Me calmé un poco recordando en lo que tu pensabas de la muerte, cosa que ya escribiré después, recordé lo que tu siempre dijiste "lo único seguro en esta vida, es la muerte".

Le pedí un abrazo a mi señora, en sus brazos volví a llorar.

jueves, 22 de abril de 2010

Lidiando Con El Dolor



Desde hace tiempo atrás estuve pensando en escribir sobre usted. Pero siempre que trataba de comenzar, me paralizaba la idea de hablar de mi padre en tiempo pasado, siendo que estaba aun vivito y coleando. Hoy hace más de un mes que nos has dejado al partir de este mundo: al menos en la forma física, vívida, simpática, ácida, burlona y fuerte que usted siempre fué.

Apá: Algo dentro de mi, me incita a la creencia de que de alguna forma, humanamente incognoscible, podrías conocer de este escrito, sonreir y comentar. Chance sigas vagando en esas dimensiones astrales, extrañas, paralelas y a la vez perpenticulares, a este mísero mundo.

Espero que te guste. Dime algo. Recuerda que me prometiste mandarme una señal.